Dios no se deja engañar por nuestras apariencias externas de poder, riqueza o actos de piedad. ¡Él mira el corazón! En el evangelio de hoy lo vemos muy claro. El fariseo tiene un corazón lleno de orgullo. El recaudador de impuestos tiene un corazón lleno de humildad. ¿Nos comparamos con las personas que les hacen las cosas más terribles a las personas y luego decimos: "Bueno, yo no soy tan malo como él?" ¿O nos comparamos con Jesús y los santos y decimos: “¿Cómo puedo ser más como ellos?” Este es un corazón humilde.